domingo, 13 de julio de 2008

TAN TRISTE COMO CIERTO

Extraído de la crónica “Servidor de rebajas", de Manuel Rodríguez Rivero, publicada en el diario El País (domingo, 13 de julio de 2008):


[...] Coautores

En mis tiempos de editor, que a veces me parecen anteriores a la deriva de los continentes, no se solía trocear la traducción de una misma novela encargándosela a tres personas: se daba por hecho que un texto unitario traducido por un solo individuo tenía más posibilidades de respetar las peculiaridades del original. Hoy los tiempos han cambiado, y, al parecer, la prisa o la codicia han hecho obsoleta aquella norma no escrita. Me he encontrado con un ejemplo de ello en una novela publicada recientemente por Seix Barral, un sello prestigioso. Pero es algo que ocurre con cierta frecuencia. Siempre he considerado que el buen traductor es el coautor del libro en la lengua de llegada, lo que conlleva dos enormes responsabilidades: la del propio traductor y la del editor que lo contrata. En este país contamos con excelentes traductores, pero el intrusismo y la hipertrofia de la oferta han producido cierta trivialización del oficio entre los menos escrupulosos de ambas partes. Salvo excepciones, el salario de los traductores ha permanecido próximo a la congelación en las últimas dos décadas: las tarifas que algunos editores ofrecen a los traductores de inglés o francés no están muy lejos de las que se pagaban en la década de los noventa. Claro que si un buen traductor rechaza aceptar sueldos de miseria o ridículos derechos de traducción, el editor oportunista levanta la correspondiente piedra y -¡sapristi!- aparece una docena de aficionados dispuestos a decir que sí a esas mismas condiciones con tan desbordante entusiasmo como (en general) escasa competencia. Por eso uno se encuentra a veces con traducciones que venga Dios y las lea (y que nadie en la editorial se ha tomado la molestia de revisar). El darwinismo del mercado editorial ha provocado que los traductores sean, de todos los profesionales de la cadena del libro, los que menos han disfrutado del crecimiento de la tarta en años pasados: incluso algunos de los mejores han terminado desertando, cansados de esperar reconocimiento tangible para su trabajo. Recuerdo que una excelente traductora de Henry James me decía hace tiempo que ganaba más traduciendo un folleto para una multinacional que una novela de mediana extensión para una editorial importante. Todo lo anterior viene un poco a trasmano, aunque esté relacionado con dos recientes libros que he manejado estos días y que no deberían faltar en el fondo de biblioteca de todo buen traductor: Decir casi lo mismo, de Umberto Eco (Lumen, traducción de Helena Lozano), que recoge diversos textos del semiólogo italiano en torno a "la experiencia de la traducción", y La traducción de la A a la Z (Berenice), un interesante glosario recopilado por Vicente Fernández González, un profesional que enseña y reflexiona sobre un oficio al que usted, improbable lector/a, y yo debemos momentos inolvidables. [...]

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